Los grupos vulnerables en condición de exposición crónica a ciertos tóxicos tienen un alto riesgo de padecer efectos mentales, pues las partículas suspendidas en el aire urbano contienen metales como níquel, cromo, cadmio, mercurio y manganeso, elementos que han protagonizado un robusto cuerpo de literatura toxicológica, dado que son la causa de condiciones psiquiátricas y trastornos neurológicos.
Recientemente, se observó que algunos sujetos expuestos a altas concentraciones de manganeso atmosférico, proveniente de una mina en el estado de Hidalgo (no trabajadores de la mina, simplemente personas vivían cerca de ella), tienen deficiencias para identificar (nombrar) olores, incluso con ayuda de una lista de opciones.
Es muy probable que los grupos más vulnerables y expuestos en nuestras contaminadas ciudades estén en riesgo de padecer severas deficiencias en el procesamiento mental de los olores. Más aún, estos efectos, relativamente simples de evaluar por los investigadores, pueden ser síntomas de un problema de salud más general. Los vendedores ambulantes de la Ciudad de México, por ejemplo, pasan demasiadas horas realizando su actividad en espacios abiertos —algunos, incluso, ofrecen su mercancía a los automovilistas, sorteando el tráfico vehicular—, por lo que su exposición a la contaminación atmosférica es particularmente alta, lo cual propicia que, actualmente, se lleve a cabo investigación sobre estos aspectos.