El uso colectivo
de recursos naturales


El uso colectivo
de recursos naturales
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Entender cómo las sociedades interactuamos con los ecosistemas continúa siendo tarea esencial, si deseamos encontrar formas que eviten mayores crisis y nos ayuden a proponer soluciones. Un tema en torno al cual existe gran debate, desde hace décadas, es si los humanos somos capaces de organizarnos y actuar colectivamente para obtener beneficios de los ecosistemas a fin de satisfacer nuestras necesidades sin degradar ni destruir la naturaleza.

Las formas en que usamos recursos como el agua o productos provenientes de bosques, selvas y ecosistemas acuáticos, representan retos que debemos enfrentar, si buscamos sobrevivir como especie, a la vez que mantener los procesos que sustentan la vida en nuestro planeta. El objetivo central de este texto es examinar el uso de recursos comunes, teniendo como escenario de análisis la costa sur de Jalisco.
     La manera más sencilla de entender qué es un recurso común es pensar en aquellos elementos cuyo uso es compartido por varias personas o grupos sociales. Así, la forma como tomamos decisiones sobre estos bienes compartidos ha sido tema de investigación durante décadas.

Un ensayo llamado La tragedia de los comunes1 planteaba que, ante el dilema de utilizar algún recurso, los humanos optaríamos siempre por buscar un beneficio individual, ya que nuestra naturaleza egoísta nos haría buscar la manera de aprovecharnos de un recurso antes que otra persona lo haga. Esto desató debates y reflexiones que propiciaron nuevos estudios. Elinor Ostrom, investigadora galardonada con el Premio Nobel de economía en 2009 —fallecida en 2012—, es, quizá, la autora que más impulsó una escuela distinta de pensamiento para entender el manejo de los recursos comunes.
     Durante décadas, Ostrom y muchos de sus colegas en todo el mundo documentaron casos de comunidades que, durante cientos de años, han aprovechado los recursos comunes sin caer en la tragedia de desaparecerlos. Esto permitió entender que los humanos tenemos capacidades para comunicarnos, auto-organizarnos y llegar a acuerdos, creando conjuntos de normas y reglas que permiten a un grupo social determinar quiénes tienen derechos de uso, qué acciones rigen el aprovechamiento de recursos y qué sanciones se debe imponer cuando no se da cumplimiento a un acuerdo.2 Durante su vida, Ostrom confió en las capacidades de los seres humanos para ponerse de acuerdo y buscar beneficios colectivos (lo que incluye lograr el bienestar de cada individuo), a la vez que conservar los sistemas naturales.
     En nuestro país existen estudios representativos de comunidades indígenas y campesinas que han logrado usar de forma colectiva y exitosa, los recursos naturales. El manejo forestal comunitario es, quizás, el ejemplo más relevante. En el libro La experiencia de las comunidades forestales en México, los investigadores David Barton y Leticia Merino3 presentan nueve estudios de caso (en tres comunidades indígenas y seis ejidos) en Michoacán, Puebla, Guerrero, Oaxaca y Quintana Roo. En todos ellos, identifican la existencia de alta participación en la toma de decisiones, el logro de acuerdos que se respetan, así como procesos de rendición de cuentas que favorecen los lazos de confianza, vitales para el manejo colectivo de recursos de uso común obtenidos de sus bosques.

En esta zona, la Universidad Nacional Autónoma de México creó, en 1971, la Estación de Biología Chamela (figura 1), sitio en el que se han llevado a cabo numerosas investigaciones, especialmente, en torno al bosque tropical seco, también conocido como selva baja caducifolia.
     Este ecosistema se caracteriza porque, durante la época de secas, que dura hasta ocho meses, la vegetación tira sus hojas, creando un ambiente de tonos grisáceos formado por árboles y arbustos pelones que parecieran estar muertos. Pero, con los primeros aguaceros, la vegetación despierta y, en unas cuantas semanas, se convierte en una selva verde. Estos ambientes ocupan 60% de los ecosistemas tropicales de nuestro país y, en la costa del Pacífico mexicano, son la vegetación predominante (figuras 2 y 3).

Figura 2. Bosque tropical seco, en época de secas.

Figura 3. Bosque tropical seco, en época de lluvias.


     En la Estación de Biología Chamela se ha llevado a cabo mucha investigación sobre la biología y la ecología de estos bosques; no obstante, la mayor parte de los estudios no incluye entender las interacciones de los habitantes de la región con los ecosistemas.

Figura 4. Paisaje campesino en donde se muestra manchones de bosque tropical seco entre parcelas ganaderas y agrícolas.

     Ha sido durante los últimos 15 años que algunas investigaciones realizadas han mostrado cómo los habitantes locales perciben y valoran el ambiente. Entre los resultados de éstas resaltan: que el recurso más apreciado es el agua —principalmente por su escasez, ya que llueve poco al año—. Por otro lado, debido a las políticas públicas impulsadas, desde los años setentas, estos bosques fueron sujetos a severas transformaciones para ser convertidos en zonas ganaderas cubiertas de pastizales. Consecuentemente, el paisaje de la costa sur de Jalisco es un mosaico de fragmentos de bosque tropical seco, pastizales y algunas zonas agrícolas ubicadas en los lugares planos (figura 4).
     Los habitantes locales aprecian los bosques porque les proveen diversos productos; además, reconocen su importancia para el mantenimiento de fuentes de agua como son los manantiales.4 Otros temas de investigación han procurado entender las prácticas campesinas y analizar la toma de decisiones de las comunidades con respecto a las tierras agrícolas y ganaderas, así como los bosques y recursos tan relevantes como el agua.

En México, la Ley Agraria estableció una forma de distribución, tenencia de la tierra y organización de los campesinos que se puede considerar única en el mundo; pues, además de reconocerse las propiedades de muchos pueblos indígenas, se creó la figura de ejido. Así, las tierras arables y gran parte de los bosques fueron distribuidos entre grupos de campesinos, quienes tuvieron acceso a parcelas individuales, un núcleo urbano y derecho a una porción de tierras comunales. La costa sur de Jalisco alberga algunas de las últimas áreas en donde se decretaron ejidos, algunos incluso tardíamente, durante los años sesentas y setentas del pasado siglo.
     Entre las experiencias exitosas tenemos documentado el caso de tres ejidos donde, desde los setentas, se creó un sistema de extracción y distribución de agua que reparte de manera equitativa este recurso esencial, de manera acorde con el número de habitantes en las tres poblaciones que conforman los ejidos Los Ranchitos (fundado en 1968, con 54 ejidatarios, para ocupar 3,350 hectáreas), Santa Cruz de Otates (fundado en 1968, 40 ejidatarios y 1,460 hectáreas) y Juan Gil Preciado (fundado en 1967, 101 ejidatarios y 7,077 hectáreas).

     La organización entre estos ejidos es muy buena y mantiene el sistema hidráulico que incluye mover agua con mangueras, desde manantiales ubicados a unos 20 kilómetros de los ejidos, en las faldas del cerro Huehuentón5 (figura 5). Por otro lado, hoy en día, en ejidos como El Caimán, jóvenes ejidatarios están impulsando proyectos de pago por servicios ambientales y ecoturismo, a través de una organización efectiva que toma decisiones de manera colectiva.
     Cabe resaltar también los esfuerzos realizados en los municipios Cihuatlán, Cuautitlán de García Barragán, Casimiro Castillo, La Huerta (en donde se ubica la Estación de Biología de la UNAM) y Villa Purificación, para lograr la consolidación del Consejo Distrital de Desarrollo Rural Sustentable de la Costa Sur, que impulsa nuevas formas de cooperación con el fin de fortalecer el tránsito hacia sociedades sustentables. Esta organización incluye representantes de los municipios, y las reuniones mensuales que llevan a cabo están abiertas a cualquier ciudadano. En ellas se expone problemas de diversa índole, tales como productivos (agrícolas, ganaderos, forestales y pesqueros), así como sobre educación, salud y cultura, entre otros. Así mismo, se procura llevar a cabo evaluaciones con el fin de hallar soluciones a los diversos problemas entre los asistentes y se establece compromisos por parte de los representantes de los municipios.
     Hemos encontrado también que la organización social y la toma de decisiones de forma colectiva no son procesos sencillos. Sabemos que en el pasado hubo intentos de formar asociaciones ganaderas que no lograron su consolidación, debido a problemas entre los participantes relacionados con inequidad al tomar decisiones y al distribuir ganancias económicas. Cuando una persona no obtiene beneficios individuales al participar en trabajos colectivos, se desanima y prefiere obtener menos ganancias, pero no sentirse agraviado por otras personas.

La costa de Jalisco posee playas de gran belleza. Desafortunadamente, el turismo se ha desarrollado, principalmente, para la obtención de beneficios económicos de pocas personas externas al entorno, en tanto que los habitantes locales, además de vender sus tierras a precios muy bajos, en pocas ocasiones logran tener acceso a empleos con sueldos adecuados y algunas prestaciones.

     En la parte sur de la costa de Jalisco, la construcción de desarrollos turísticos ha tomado más de cuatro décadas y se estima que, en la actualidad, existen menos de 1,000 habitaciones (figura 6). Este lento desarrollo ha permitido, hasta ahora, conservar la vegetación natural y que ríos, arroyos y esteros mantengan un funcionamiento ecológico sano. No obstante, en años recientes, varias propuestas de construcción de nuevos desarrollos turísticos han sido aprobadas, lo que pone en riesgo la zona, ya que estos proyectos incluyen villas y hoteles de lujo, campos de golf (en un sitio en donde el agua es un recurso altamente escaso), y la oferta de habitaciones, muy posiblemente, se duplicaría. Al parecer, la política, tanto estatal como federal, consiste en impulsar estos proyectos, argumentando la obtención de beneficios para la región. No obstante, las decisiones se están tomando sin la participación de los pobladores locales. El turismo, consecuentemente, puede convertirse en tragedia, tanto para los ecosistemas como para el bienestar de las comunidades que han habitado y mantenido viva la zona ancestralmente.

La costa de Jalisco posee importantes ecosistemas que brindan beneficios a nivel local, así como regional, nacional y global. Aunque existe el objetivo de llevar a cabo proyectos colectivos, diversos problemas se han presentado; la mayoría de los pobladores están interesados en el bienestar de sus familias y comunidades y, en tal sentido, están dispuestos a comprometerse con el desarrollo de su entorno, por lo que las decisiones que lleguen a tomarse, en relación con el futuro de esta región, deberán hacerse de manera colectiva y con la participación de todos los involucrados para lograr el tránsito hacia la sustentabilidad.
Es necesario resaltar que, con el paso del huracán Patricia, en octubre de 2015, la solidaridad y la cooperación fueron patentes y mostraron ser la clave para la sobrevivencia de los habitantes frente al fenómeno natural. Así, están propiciando procesos organizativos importantes, en los cuales, los científicos asociados a la Estación de Biología de la UNAM estamos desempeñando un papel importante, al brindar información sobre estos eventos meteorológicos y su posible incremento en los años por venir.

Alicia Castillo

Es Bióloga por la Facultad de Ciencias, UNAM (1983), Maestra en Estudios Museológicos, por la Universidad de Leicester, Inglaterra (1989) y Doctora en Educación Ambiental por la Universidad de Reading, Inglaterra (1997). Es, así mismo, miembro del SNI (nivel 2), actualmente es Investigadora Titular “B” de Tiempo Completo, en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad – UNAM, Campus Morelia.

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Nuestro agradecimiento al Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica UNAM (PAPIIT: IN 300813) y Estación de Biología Chamela UNAM.

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