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Marzo-Abril 2012
Hélix
Tristeza, fundamental para la interacción humana

BENJAMÍN DOMÍNGUEZ TREJO
Y GERARDO LEIJA ALVA

Trizteza, FUNDAMENTAL PARA LA INTERACCIÓN HUMANA
Tristeza, fundamento para la interacción humana
La tristeza es una emoción que genera dolor y malestar, pero también facilita la instalación de un sólido aprendizaje acerca de ciertas situaciones adversas, y nos induce a protegernos mejor en el futuro.
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Transitar lenta o rápidamente de un estado emocional a otro o dentro del mismo, pero con diferente grado de intensidad, nos permite responder adaptativamente a las señales del ambiente que indican la proximidad de una recompensa o de un daño potencial, ya sea al organismo o a nuestros seres queridos. En este sentido, pretender eliminar, ignorar o sedar una emoción como la tristeza (como lo ha promovido la poderosa industria farmacéutica)1 puede tener como desenlace más complicaciones que beneficios.

La tristeza se puede producir después de la pérdida de: un ser querido, un objeto o el estatus social y económico; aunque los estímulos provocadores suelen variar ampliamente en cada cultura. En Japón, dos conceptos son utilizados para enfrentar pérdidas enmarcadas en situaciones de desastre: uno es Shikata ga nai, que podría traducirse como “es inevitable”, y se refiere a una reacción común ante situaciones incontrolables; el otro concepto es gaman, y se relaciona con el estoicismo extraordinario que observamos en los sobrevivientes del terremoto tsunami, en la ciudad de Kurihara, en la prefectura de Miyagi, así como en el accidente nuclear en Fukushima; estos términos incluyen reacción de calma, perseverancia y firmeza frente a eventos que se encuentran más allá del control personal.

La tristeza es una emoción que genera dolor y malestar, pero también facilita la instalación de un sólido aprendizaje acerca de ciertas situaciones adversas, y nos induce a protegernos mejor en el futuro, ya sea evitando acciones que conduzcan a otra pérdida, ya aceptando que los seres queridos no estarán siempre con nosotros, por lo que, de manera consciente o pre-consciente, tenderemos a invertir más esfuerzo en cuidar de nuestros amigos, cónyuge, familiares o, incluso, de nuestra salud (figura 1).2

Tristeza
Son dos las áreas del cerebro estrechamente relacionadas con el comportamiento emocional: el sistema límbico y la corteza prefrontal, las cuales requieren de una constante comunicación para lograr que el organismo reaccione de la mejor manera ante eventualidades.

NEUROFISIOLOGÍA DE LA
TRISTEZA

Son dos las áreas del cerebro estrechamente relacionadas con el comportamiento emocional, por lo que una mínima alteración en alguna de éstas puede desequilibrar a la persona que la padece.

» El sistema límbico es la región del cerebro encargada de regular todo lo relacionado con nuestra memoria, atención, emociones, instintos sexuales y placer, por lo que influye, en general, en la personalidad y el comportamiento; por ende, es aquí donde surgen las respuestas físicas y conductuales.

Este sistema interactúa de forma muy rápida (incluso, sin estar consciente de ello) con el sistema endocrino (responsable de activar la respuesta bioquímica del cuerpo) y el nervioso autónomo (que regula la actividad de los órganos internos), los cuales, en conjunto, propician la adaptación a los estímulos externos o internos que demandan del sujeto una respuesta pronta y eficaz.

Charles Darwin describió (1872)3 la relación entre el sistema cardiaco y el cerebro en los animales y en los hombres, y definió que el nervio neumogástrico era la conexión entre los dos; actualmente, Stephen W. Porges ha confirmado y ampliado esta hipótesis mediante su teoría polivagal (2007),4 que describe la participación de dos vías del nervio craneal número X, denominado vago (antiguamente, neumogástrico). La primera vía de acción antigua de este nervio es una que ayuda a las personas a responder ante un peligro o amenaza, mediante una inmovilización completa, para evitar ser dañado, y otra nueva vía, que interviene en el control de la actividad cardiaca, y permite la emergencia de conductas complejas afectivas y sociales que facilitan a las personas el permanecer controlados y atentos ante situaciones que pueden perjudicar o dañar la vida, tal es el caso de bomberos o rescatistas, quienes, al igual que las víctimas de un evento catastrófico, están bajo una real amenaza de muerte, pero pueden controlar sus emociones para ayudar a cientos o miles de personas a salir bien libradas.

» Por otro lado, la corteza prefrontal, ubicada en una parte que conocemos como la frente, es el sustrato de nuestros pensamientos, ideas, imágenes y conductas complejas –como la toma de decisiones–, además de ser la zona en donde se regulan los instintos. Aquélla contiene una de las mayores concentraciones de fibras nerviosas, las cuales se utilizan para comunicarse con otras estructuras cerebrales y órganos corporales internos. La parte inferior de la corteza prefrontal, llamada área órbito-frontal, está más ligada a funciones relacionadas con la información que se produce bajo nuestra piel o interoceptiva –como son las sensaciones de: hambre, equilibrio, afectos, sentimientos, recompensas, etc.–, mientras que la parte lateral de la corteza prefrontal está más ligada con la información que proviene del exterior, es decir, aquella captada por los sentidos y la motricidad. El procesamiento de la información exterior/interior es importante para la toma de decisiones, pues inhibe, por ejemplo, todos los estímulos capaces de perturbarla, en particular, aquellos que son irrelevantes.5

Ambas zonas –límbica y corteza prefrontal– requieren de una constante comunicación para lograr que el organismo reaccione de la mejor manera ante eventualidades, como la comunicación que se da entre el capitán de una aeronave y el controlador de vuelo, para que entre ambos, a partir de su trabajo individual, conduzcan el aterrizaje de un avión sin contratiempos.

Tristeza
Es posible autogenerar estados psicofisiológicos positivos, es decir, provocar en los órganos una respuesta capaz de lograr su óptimo funcionamiento, mejorando la estabilidad emocional y el rendimiento intelectual, para enfrentar situaciones negativas.

TRISTEZA, FUNDAMENTO PARA
LA INTERACCIÓN HUMANA

En general, en todas las emociones existe un componente que podemos compartir con otros, como la expresión facial, útil para comunicar a otros nuestro sentimiento. Recientemente, Craig y Damasio,5,6 cada uno en su propio laboratorio, identificaron el área cerebral donde se produce la actividad sentimental, también llamada interocepción: la ínsula que está relacionada con el sistema límbico, es decir con el regulador emocional. Esta región reúne todas las sensaciones asociadas –tanto con la experiencia emocional como con la actividad del corazón, de los intestinos o del estómago–, dando cabida a la conciencia de los sentimientos, y, como consecuencia, el sujeto es capaz de hablar y poner en palabras la sensación física, igual que cuando decimos a alguien “me siento solo”, alegre o triste.

La conducta distintiva durante un episodio de tristeza es una tendencia hacia el aislamiento o separación momentánea del grupo, la cual se presenta hasta que se logra el objetivo de asimilar la pérdida. Existe una marcada diferencia de género –mayormente pronunciada en los hombres–: baja energía y aparición del llanto; señales físicas que son un mensaje de invitación al observador a aproximarse, propiciando la situación del abrazo y el consuelo, pues la cercanía física –el apapacho– estimula la secreción de oxitocina, sustancia química que provoca, entre otras cosas, la generación de apego entre madre e hijo y, en la etapa adulta, se relaciona con el enamoramiento, además de intervenir en la regulación de la forma de expresar las emociones; así pues, el confort del abrazo facilita la aceptación y asimilación de la situación que aflige, y fortalece los vínculos afectivos.7

Emociones como la tristeza pueden contribuir –en, aproximadamente, 30% de las personas–8 a la producción de conductas de apoyo (prosociales) hacia los demás, al funcionar como una señal social que induce simpatía o compasión, ingrediente esencial de las interacciones humanas y requisito de la convivencia saludable.

Tristeza
La empatía está contenida en la simpatía, pero la primera induce a buscar el bienestar del otro, incluye una actitud positiva o de preocupación duradera hacia la otra persona.

EMPATÍA VERSUS SIMPATÍA

Estos dos términos suelen ser confundidos, pero son diferentes. La empatía me induce a comprender y sentir emocionalmente el padecimiento del otro, pero mi conducta hacia él no necesariamente será de ayuda (burlarse y torturar pueden implicar empatía, pero no simpatía). En contraste, la simpatía (compasión) induce el rasgo característico de buscar el bienestar del otro; la empatía está contenida en la simpatía, pero ésta, además de la identificación, incluye una actitud positiva o de preocupación duradera hacia la otra persona. La simpatía es el mecanismo implicado en el contagio emocional, en el sentir y actuar, según lo que observamos en otros.

En la tristeza, a diferencia de otras emociones, no se presenta el contagio para repetir la conducta, como en el caso de la ira o el miedo, emociones que están directamente relacionas con la protección y la lucha por sobrevivir, pues no hay ventaja evolutiva directa alguna en el contagio de la tristeza de otro individuo, es decir, no hay una razón directamente relacionada con la supervivencia de la especie. La tristeza no es una señal de alarma que nos ayude a evitar un peligro, tampoco es el predictor de algún evento positivo, como la identificación de la pareja sexual, o la alimentación. Entonces, la consecuencia lógica sería ignorar al individuo triste; no obstante, en las especies altamente sociales con capacidad de simpatía, aparece un contagio emocional, que ocurre a partir de observar los cambios en el rostro –incluso, sutiles–, así como el sonido del llanto emitido por el protagonista.

Profesionalmente, los psicólogos que se preparan para atender a pacientes con dolor crónico promueven no sólo las respuestas empáticas, sino una respuesta selectiva de simpatía para fundamentar acciones prosociales, como la intervención terapéutica. La tristeza no promueve respuestas que resulten gratas o útiles, pero se utiliza como mecanismo de manipulación para recibir, desde apapacho o atención hasta la presencia de alguien que no tiene planeado permanecer con una persona, por la capacidad del ser humano de ser empático y compasivo; incluso, cuando la emoción es actuada, los humanos la sentimos y vivimos, como lo reflejan el teatro, el cine, la literatura…, como situaciones reales.

Diversas teorías tratan de explicar la utilidad de la tristeza: una de ellas plantea la hipótesis de la competencia social,9 considerada una conducta de adaptación, cuya función es inhibir la agresión de los rivales superiores, cuando las condiciones en la lucha son desfavorables; otra se refiere a que ésta impulsa a las personas a aceptar metas imposibles de conseguir, con el fin de ajustar sus objetivos para hacerlos menos exigentes y más realistas.10,11 También se ha propuesto que la tristeza puede contribuir a una conservación de la energía en circunstancias difíciles.12

Tristeza
Durante un episodio de tristeza surge una tendencia hacia el aislamiento, cuyo objetivo es obtener tiempo y espacio necesarios para asimilar la pérdida.

PROCESOS CURATIVOS Y
AUTORREGULACIÓN


Recientemente, el concepto de variabilidad conductual, cognoscitiva, fisiológica y emocional, referente a la capacidad del organismo para adaptarse y cambiar segundo a segundo –como se lo vaya exigiendo su entorno–, ha adquirido gran importancia, debido a que constituye una característica distintiva de los procesos de vida, y en el sentido opuesto, se encuentran los procesos de enfermedad y muerte. La variabilidad fisiológica alta –que es la capacidad del corazón de latir al ritmo necesario apara adecuarse a su entorno– constituye un indicador del estado de los procesos de salud.13,14 Todas las personas son capaces de ejecutar el proceso llamado reversión emocional (transitar de un estado emocional a otro); pero puede ocurrir que algunos pacientes se estacionen en un estado emocional, lo que es más común en casos de duelo patológico y enfermedades crónicas. En este escenario, la tarea del especialista es ayudar al paciente a transitar –por lo menos un poco– de un estado a otro, y constatarlo objetivamente.15 En la actualidad, se puede enseñar a los pacientes a autogenerar estados psicofisiológicos denominados coherencia psicofisiológica, lo que significa provocar una respuesta voluntaria de los órganos y sistemas para que trabajen de forma coordinada y unitaria, con el fin de lograr un funcionamiento óptimo, lo cual ha demostrado que mejora la función del sistema nervioso, la estabilidad emocional y el rendimiento intelectual. Este tipo de procedimientos ayuda a las personas a autorregular sus emociones, de tal forma que les permita enfrentar las situaciones negativas, como una pérdida familiar o material (figura 2).

REFERENCIAS

1. Financial Times, febrero 4 20, (2010): 47.

2. T. B. Domínguez, M. Mehl, L. Y. Olvera y J. W. Pennebaker, “Inteligencia socio-emocional (IQSE)”. Revista Digital Universitaria, vol. 10 núm. 11, 1 de noviembre 2009.

3. Ch. Darwin, The Expression of the Emotions in Man and Animals. Londres: John Murray, 1872.

4. S. W. Porges, K. J. Heilman, O. V. Bazhenova, E. Bal, J. A. Doussard-Roosevelt, y M. Koledin, “Does Motor Activity During Psychophysiological Paradigms Confound the Quantification and Interpretation of Heart Rate and Heart Rate Variability Measures in Young Children?” Developmental Psychobiology 49, (2007): 485-494.

5. A. Damasio, “Feelings of Emotion and the Self”. Annals of the New York Academy of Sciences, 1001, (2003): 253–261. [doi: 10.1196/annals.1279.014].

6. A. D. Craig, “How Do you feel? Interoception: the Sense of the Physiological Condition of the Body”. Nature. Review. Neuroscience. 3, 6, 2002.

7. C. S. Carter, A. J. Grippo, H. Pournajafi-Nazarloo, M. G. Ruscio, y S. W. Porges, “Oxytocin, Vasopressin and Sociality”. Prog. Brain Res. 170, (2008): 331–336.

8. T. Singer, y C. Frith, “The Painful Side of Empathy”. Nature Neuroscience, vol. 8, núm. 7, julio 2005, 845-846.

9. J. Price, L. Sloman, R. Gardner, P. Gilbert, y P. Rohde,”The Social Competition Hypothesis of Depression.” Brit. J. Psychiatry, 164, (1994): 309- 315.

10. D. A. Hamburg, B. A. Hamburg, y J. D. Barchas, “Anger and Depression in Perspective of Behavioral Biology”. Emotions: Their Parametersand Measurement. Ed. Levi L. New York: Raven Press; 1975: 235-278.

11. E. Klinger, “Consequences of Commitment to and Disengagement from Incentives”. Psychol. Rev. 82, (1975): 1-25.

12. I. C. Kaufman, L. A. Rosenblum, “The Reaction to Separation in Infant Monkeys: Analytic Depression and Conservation Withdrawal”. Psychosom. Med. 29, (1969):648-675.

13. L. M. Labiano, R. E. Vázquez, P. Valderrama, B. Domínguez y C. Armas, “Eventos estresantes asociados al inicio y exacerbación de síntomas en pacientes con artritis reumatoide”. Revista Mexicana de Reumatología, vol. II, núm. 3, (1996): 87-91.

14. C. Peng, S. V. Buldyrev, J. M. Hausdorff, S. Havlin, J. E. Mietus, M. Simons, H. E. Stanley y A. L. Goldberger, “Non-Equilibrum Dynamics as an Indispensable Characteristics of a Healthy Biological System”. Integrative Physiological and Behavioral Science, vol. 29, 3, (1994): 283-293.

15. M. Apter, y K. C. P. Smith, The Reversal Theory. Nueva York, Academic Press, 1982.

Curriculum

 

Benjamín Domínguez Trejo es docente e investigador en la Facultad de Psicología-UNAM y autor de 17 libros de investigaciones en los ámbitos Nacional e Internacional. Es miembro del SNI y asesor psicológico en la Clínica del Dolor CMN ”20 de Noviembre”, ISSSTE.

Gerardo Leija Alva es docente e investigador en el Centro Interdisciplinario de Ciencias de la Salud, Unidad Santo Tomás (CICS-UST), IPN. Es también autor y coautor de varios libros e investigaciones nacionales e internacionales.

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