El mundo está lleno de señales y estímulos; cada animal percibe sólo aquellos para los que tiene antenas receptoras, por ejemplo, el ojo humano es el órgano que nos permite percibir la luz gracias a células que contienen fotoreceptores, los cuales actúan como antenas en la superficie de la retina. Los fotoreceptores son neuronas especializadas en forma de cono y bastón que responden a diferentes longitudes de onda dentro del espectro de luz visible, convirtiéndola en impulsos nerviosos que son dirigidos al cerebro para su transformación en imágenes. A este mecanismo se le conoce como fototransducción. La señal emitida por los fotoreceptores se lleva a cabo por mensajeros (proteínas y iones) dentro de la célula. Éstos participan en reacciones bioquímicas que controlan la entrada y salida de iones como el sodio (Na+) y calcio (Ca+), cuya función es controlar la fototransducción y permiten que nuestro cerebro distinga los colores y figuras.1
Los fotoreceptores en forma de bastón contienen rodopsina, una proteína fotosensible que nos permite ver en condiciones de poca luminosidad y es capaz de percibir la luz verde azulada detectada a una longitud de onda de 500 nanómetros (nm), mientras que los fotoreceptores de cono tienen tres proteínas llamadas eritropsina –percibe la luz roja a 700 nm–, cloropsina –percibe luz verde 530 nm– y cianopsina –percibe la luz azul 430 nm–. Gracias a estas proteínas, los fotoreceptores del cerebro pueden interpretar los colores.2