Muchas instituciones educativas resultan ser grandes reproductoras de la desigualdad y son dignas representantes de los roles de género: a través de ciertos libros de texto, canciones, juegos, discursos, entre otras cosas. ¿Por dónde empezar?
En primer lugar, es preciso reconocer que la educación trasciende los muros de la escuela y la edad escolar; aprendemos durante toda la vida y en cada espacio que habitamos, por ello, no se trata de buscar la igualdad borrando las diferencias, pues, si algo hemos aprendido de la historia de la educación es que eso sólo incrementa la inequidad y fomenta la exclusión.4
Empecemos entonces por analizar juntos los estereotipos sexuales y las connotaciones culturales de
lo femenino y
lo masculino que aparecen en los medios de comunicación y en la escuela, tal y como sugieren González y Lomas,
5 quienes plantean una serie de interrogantes clave que nos permiten reflexionar sobre nuestra situación actual para, desde allí, poder comenzar a transformarla: ¿Cómo contribuyen los mensajes de los medios de comunicación de masas y de la publicidad a la construcción y a la difusión a gran escala de los arquetipos tradicionales de lo masculino y de lo femenino? Y, ¿cómo contribuye la institución escolar a la difusión o a la eliminación de los estereotipos de género?
Sí, comenzar a responder dichas preguntas sin duda sería un buen punto de partida; sin embargo, “es necesario reconocer que el objetivo de lograr mayor equidad social a través de la educación no depende sólo de cambios en la oferta pedagógica”,
6 pues, el propósito no es definir un único camino, sino hacer uso de diversas estrategias que permitan vincular de forma efectiva a la escuela con la sociedad; por ello, es preciso también mitigar la inseguridad y fomentar el uso de los espacios públicos en todo el país, ya que ser mujer en México no sólo es un riesgo vital constante, sino un doble impedimento para conseguir y mantener un buen empleo.
En este sentido, la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública
7 estima que, en el país, 59.1% de la población de 18 años y más considera que la inseguridad y la delincuencia conforman el problema más importante que aqueja hoy día a su entidad federativa, seguido del desempleo —40.8%— y la pobreza con 31.9%. En el ámbito nacional, el espacio donde la población se siente más insegura —80.9%— es frente a los cajeros automáticos ubicados en la vía pública; y la actividad cotidiana que la población dejo? de hacer en 2015 fue permitir a sus hijos menores salir de casa 68.6%.
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Para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en particular el objetivo 5 (igualdad de género) y el 11 (ciudades y comunidades sostenibles), algunas ciudades de México se adhirieron a la iniciativa de ONU Mujeres
Ciudades seguras y espacios públicos seguros, la cual procura incrementar el número de ciudades y lugares públicos con espacios seguros y conducentes al empoderamiento de mujeres y niñas.
Por último, si bien es sabido que los países más prósperos trabajan menos horas que el resto y, en general, cuanto más trabajan las personas, más disminuye su productividad; México enfrenta el doble reto de comprender la ecuación (flexibilidad-trabajo-productividad), es decir, reconocer que a mayor flexibilidad laboral, mayor productividad; y reducir la brecha de género, lo cual implicaría no sólo más y mejores puestos de trabajo, sino importantes beneficios para el desarrollo social, político y económico en el país, como ya hemos visto. Para ello, es preciso mejorar las condiciones laborales y redefinir los roles de género, promover la igualdad de remuneración para empleos de igual valor; abordar seriamente las causas profundas de la segregación, tanto profesional como sectorial; reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado, además de transformar las instituciones para prevenir discriminación, violencia y acoso contra las mujeres en el mundo del trabajo; pues sólo reconociendo nuestras diferencias, será posible concebir la igualdad en nuestro país.
Para lograr lo anterior es menester comenzar por erigir escuelas inclusivas que permitan forjar sociedades más incluyentes; formar a los niños en ambientes libres de estereotipos de género, con materiales didácticos y juegos que promuevan la igualdad de derechos y oportunidades entre todos, con docentes capacitados en identificar, discutir y erradicar mensajes discriminatorios. En pocas palabras, necesitamos comenzar a educar para que las diferencias sexuales y culturales no se conviertan en elementos de opresión y discriminación, sino en mecanismos para el reconocimiento de la diversidad humana que nos caracteriza y, precisamente, permitan concebir la igualdad entre las personas.