El trabajo en México. Un elemento para pensar en la igualdad desde las diferencias


El trabajo en México. Un elemento para pensar en la igualdad desde las diferencias
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Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)I, México encabeza el ranking de los 35 países en los que se trabaja más horas al año (2,246 horas), muy por encima del promedioII establecido en 1,766 horas anuales.1
          
Esta no es una cifra de la que debamos sentirnos orgullosos, como tampoco lo es la diferencia entre las dos cantidades arriba señaladas; pero, al ser relacionada con el género, también nos pone a la cabeza, junto con Turquía, como uno de los países más desiguales en lo referente al porcentaje de empleo remunerado entre hombres y mujeres. Es decir: los niveles de desempleo siguen siendo más altos para las mujeres que para los hombres; además, cuando ellas participan en el mercado de trabajo, tienen mayores probabilidades de perder su empleo o de no tener las mismas prestaciones que sus colegas hombres.2
          
En este sentido, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que la disparidad de género en las tasas de participación en la fuerza laboral sigue siendo uno de los desafíos más apremiantes que enfrenta el mundo laboral, y revela que reducir 25% las disparidades entre los sexos, de aquí al año 2025, permitiría sumar 5,8 billones de dólares a la economía mundial e incrementar los ingresos fiscales. Pero, además de los beneficios económicos, incorporar a más mujeres a la esfera laboral tendría un impacto positivo en el desarrollo social y político de la región,2 pues el empoderamiento económico de las mujeres permite combatir de manera efectiva la exclusión y las desigualdades de género en América Latina.

La Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT)I, 3 proporciona información estadística respecto a la forma en la cual las personas en México (mujeres y hombres de 12 años y más, en áreas urbanas, rurales e indígenas) distribuyen su tiempo en diversas actividades como trabajar, estudiar y divertirse, entre otras. Y también pone de manifiesto el tiempo que dedican al trabajo doméstico, al apoyo y cuidado de otros miembros del hogar, así como al trabajo fuera del hogar, independientemente de si se recibe o no una remuneración por ello.3

          Entre los datos revelados en esta encuesta, destaca un hecho: el tiempo total de trabajo para hombres y mujeres en el país es de casi seis mil millones de horas a la semana. Y de cada 10 horas destinadas al trabajo, un poco más de cinco (55.4%) contribuyen a la economía del país sin mediar en ello pago alguno, como es el caso de las labores del hogar y del cuidado de los niños. Además, del total de horas dedicadas al trabajo remunerado y no remunerado, los hombres contribuyen con poco más de 40%, mientras que las mujeres lo hacen con cerca de 60%. Si sólo se tomara en cuenta el trabajo no remunerado de los hogares, las mujeres triplican el registrado por los hombres.
          Con respecto a las actividades relacionadas con el cuidado de niños, enfermos, discapacitados y ancianos, las mujeres dedican a ello, en promedio, 28.8 horas a la semana; en tanto que los hombres dedican, aproximadamente, 12.4 horas. En este sentido, la encuesta señala que quienes más tiempo de cuidado requieren son las personas mayores, los enfermos y quienes tienen algún tipo de discapacidad. En todos los casos las mujeres son quienes dedican más tiempo a estas tareas.3 Según el último informe de la OIT, la falta de acceso a empleos de calidad puede estar mediada por una serie de factores como: discriminación, falta de educación y el desempeño de tareas no remuneradas relacionadas con el cuidado de otros.2
          
Quizás, el principal problema para alcanzar la equidad de género en la esfera laboral sea la propia mirada puesta en estos factores como elementos separados, dado que la falta de educación —sin duda—, acarrea mayor discriminación y una apropiación acrítica de los roles de género que reproducen las desigualdades sociales. ¿Cómo abordar entonces estas problemáticas desde la óptica de la educación?

Muchas instituciones educativas resultan ser grandes reproductoras de la desigualdad y son dignas representantes de los roles de género: a través de ciertos libros de texto, canciones, juegos, discursos, entre otras cosas. ¿Por dónde empezar?
          En primer lugar, es preciso reconocer que la educación trasciende los muros de la escuela y la edad escolar; aprendemos durante toda la vida y en cada espacio que habitamos, por ello, no se trata de buscar la igualdad borrando las diferencias, pues, si algo hemos aprendido de la historia de la educación es que eso sólo incrementa la inequidad y fomenta la exclusión.4


          Empecemos entonces por analizar juntos los estereotipos sexuales y las connotaciones culturales de lo femenino y lo masculino que aparecen en los medios de comunicación y en la escuela, tal y como sugieren González y Lomas,5 quienes plantean una serie de interrogantes clave que nos permiten reflexionar sobre nuestra situación actual para, desde allí, poder comenzar a transformarla: ¿Cómo contribuyen los mensajes de los medios de comunicación de masas y de la publicidad a la construcción y a la difusión a gran escala de los arquetipos tradicionales de lo masculino y de lo femenino? Y, ¿cómo contribuye la institución escolar a la difusión o a la eliminación de los estereotipos de género?
          Sí, comenzar a responder dichas preguntas sin duda sería un buen punto de partida; sin embargo, “es necesario reconocer que el objetivo de lograr mayor equidad social a través de la educación no depende sólo de cambios en la oferta pedagógica”,6 pues, el propósito no es definir un único camino, sino hacer uso de diversas estrategias que permitan vincular de forma efectiva a la escuela con la sociedad; por ello, es preciso también mitigar la inseguridad y fomentar el uso de los espacios públicos en todo el país, ya que ser mujer en México no sólo es un riesgo vital constante, sino un doble impedimento para conseguir y mantener un buen empleo.
          En este sentido, la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública7 estima que, en el país, 59.1% de la población de 18 años y más considera que la inseguridad y la delincuencia conforman el problema más importante que aqueja hoy día a su entidad federativa, seguido del desempleo —40.8%— y la pobreza con 31.9%. En el ámbito nacional, el espacio donde la población se siente más insegura —80.9%— es frente a los cajeros automáticos ubicados en la vía pública; y la actividad cotidiana que la población dejo? de hacer en 2015 fue permitir a sus hijos menores salir de casa 68.6%.8
          
Para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en particular el objetivo 5 (igualdad de género) y el 11 (ciudades y comunidades sostenibles), algunas ciudades de México se adhirieron a la iniciativa de ONU Mujeres Ciudades seguras y espacios públicos seguros, la cual procura incrementar el número de ciudades y lugares públicos con espacios seguros y conducentes al empoderamiento de mujeres y niñas.
          Por último, si bien es sabido que los países más prósperos trabajan menos horas que el resto y, en general, cuanto más trabajan las personas, más disminuye su productividad; México enfrenta el doble reto de comprender la ecuación (flexibilidad-trabajo-productividad), es decir, reconocer que a mayor flexibilidad laboral, mayor productividad; y reducir la brecha de género, lo cual implicaría no sólo más y mejores puestos de trabajo, sino importantes beneficios para el desarrollo social, político y económico en el país, como ya hemos visto. Para ello, es preciso mejorar las condiciones laborales y redefinir los roles de género, promover la igualdad de remuneración para empleos de igual valor; abordar seriamente las causas profundas de la segregación, tanto profesional como sectorial; reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado, además de transformar las instituciones para prevenir discriminación, violencia y acoso contra las mujeres en el mundo del trabajo; pues sólo reconociendo nuestras diferencias, será posible concebir la igualdad en nuestro país.
          Para lograr lo anterior es menester comenzar por erigir escuelas inclusivas que permitan forjar sociedades más incluyentes; formar a los niños en ambientes libres de estereotipos de género, con materiales didácticos y juegos que promuevan la igualdad de derechos y oportunidades entre todos, con docentes capacitados en identificar, discutir y erradicar mensajes discriminatorios. En pocas palabras, necesitamos comenzar a educar para que las diferencias sexuales y culturales no se conviertan en elementos de opresión y discriminación, sino en mecanismos para el reconocimiento de la diversidad humana que nos caracteriza y, precisamente, permitan concebir la igualdad entre las personas.

  • Butler, J. (2002). El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. México, Paidós.
  • INEGI (2017). Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción de la Violencia (ENVIPE).
  • Kleiber, D. (1999). Leisure Experience and Human Development: A Dialectical Interpretation. New York, Basic Books.
El trabajo en México. Un elemento para pensar en la igualdad desde las diferencias
Laura Viviana Pinto Araújo

Es maestra y doctora en Filosofía por la UNAM. Actualmente es profesora investigadora de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP y profesora de Filosofía en el IPA. Es miembro del padrón de investigadores VIEP- BUAP, y perfil deseable PRODEP. Sus áreas de investigación son: filosofía de la educación y teorías educativas. Temas de interés: juventud y vejez; ocio y tiempo libre. C. e: laura.pinto@correo.buap.mx

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