Hacia la igualdad de género para una mejor ciencia


Hacia la igualdad de género para una mejor ciencia
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“En mi caso, ser una mujer joven no ha sido una fortaleza”, comenta María de Jesús Medina, doctora en bioética y jurisprudencia médica por la Universidad de Manchester, quien terminó su posgrado a los 30 años y regresó a México para trabajar en la Universidad Autónoma de Nayarit (UAN).

“Cuando volví a México con investigaciones sobre la reflexión ética y jurídica de las nuevas biotecnologías aplicadas a la medicina, fui víctima de bullying por parte de ciertos hombres:

—¿Doctor en qué?
—Edición genética
—¿Eso existe? Debe ser un juego… pues que te diviertas.

“A mis compañeras les digo que me llamen “Marichuy”, nunca doctora, lo que ha generado circunstancias de menosprecio entre algunos de mis colegas”.
          La sociedad demanda la inclusión de la mujer en la ciencia; para ello es necesario erradicar convenciones sociales negativas y prejuicios sobre la participación de las mujeres en la ciencia. “Un reto importante por vencer, al ser mujer en el ámbito de mi desarrollo, es el prejuicio, ya sea chauvinista o machista, de que la toma de decisiones o los juicios éticos que yo emita pueden estar influenciados por mis emociones —explica Elizabeth Téllez, investigadora posdoctoral del Programa Universitario de Bioética de la UNAM—, cuando, en realidad, las mujeres somos tan capaces como cualquiera de realizar juicios éticos y evaluaciones daño-beneficio que estén respaldados en argumentos científicos y humanísticos”.
          Pese a que las mujeres están cada vez más presentes en diversas áreas de la ciencia, la brecha de género sigue latente. De acuerdo con el Instituto de Estadística de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura

(UNESCO), las mujeres representan menos del 30% de los profesionales de investigación y desarrollo en el mundo. Además, sólo 58 de los 908 premios Nobel han sido mujeres, es decir, menos del 10%, según cifras de la página oficial de dicho galardón (cuadro 1).
          En México, para 1984, las mujeres representaban sólo 18.1% de los miembros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Para 2016, fueron casi 37% del total. Asimismo, en 2012, nuestro país ocupaba la posición 84 entre 135 países inscritos en el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial; sin embargo, en el reporte de 2015, se posicionó en el lugar 58, entre un total de 124 países. 
          No obstante, aún la situación es adversa dentro de los grupos de trabajo más conservadores. Marichuy Medina, quien también es Secretaria Académica del Colegio de Bioética A. C., se enfrentó a que no la tomaran en cuenta en cierto círculo de abogados de la UAN, porque consideraban sus temas de investigación poco serios; así menciona: “una doctora que hable de hacer las cosas de manera distinta se puede enfrentar a la desacreditación y la burla entre los propios colegas”.
          Las líneas de investigación en las que ella trabaja son: regulación en salud, regulación de biotecnologías, células troncales, biología sintética y reproducción asistida, así como bioética feminista.
          A pesar de dicha situación, ese periodo fue uno de los más prolíferos de la carrera de Medina; en parte, gracias al apoyo de otras científicas: toxicólogas, químicas y especialistas de la salud que entendían la importancia de vincular las humanidades con la ciencia. Y es que las colaboraciones entre colegas de diversas disciplinas enriquecen la investigación y promueven una verdadera equidad en las áreas en las que, normalmente, no se percibe participación femenina.
          Las mujeres diversifican la ciencia, el problema es que, históricamente, estos beneficios han sido poco visibilizados; por ello afirma: “He tenido múltiples enfrentamientos con investigadores de renombre, anclados en un paradigma tradicional y obsoleto que, al escuchar mis planteamientos me atacan y cuestionan, arguyendo que los animales son indispensables para el desarrollo de la ciencia y por tanto lo que planteo va en contra del avance de la misma”, asegura Téllez, quien trabaja en la búsqueda de alternativas para reemplazar y/o reducir el uso de animales en la investigación científica.
          “Con gusto puedo decir que algunas de esas personas me han vuelto a buscar, pues siento que sembré la semilla de la bioética o que desperté cierta conciencia en ellos. Ahora juntos generamos nuevas ideas: ellos aprenden algo de lo que yo conozco y yo aprendo mucho de su experiencia.”

Otras situaciones que pueden alejar a las mujeres de la investigación científica son el acoso sexual, las agresiones y la violencia. Antígona Segura, investigadora del Instituto de Ciencias Nucleares, de la UNAM, comentó —durante el evento realizado para conmemorar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, en el Conacyt— el caso de Geoffrey Marcy, astrónomo y catedrático de la Universidad de California, en Berkeley, quien fue denunciado por varias alumnas de acoso sexual.
          “¿Qué pasa con una estudiante que se enfrenta a ese problema? Tu acosador, un investigador de primera línea es tu asesor y los directivos de la institución a la que te encuentras adscrita, al enterarse, dicen resignadamente así es él. ¿Con quién te vas a ir a trabajar si él evalúa proyectos y artículos? ¿A dónde corres?... tendrías que dejar la astronomía”. Esta problemática ocurrió durante 20 años”, mencionó Segura.
          En el caso de Medina Arellano, al regresar a la Ciudad de México como investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, sufrió situaciones de microviolencia: “al decirme, la niña que viene de provincia, no ven a la doctora María de Jesús Medina”.
          Ella, por supuesto, considera que el llamarla de ese modo, en cierto sentido, constituye una forma de desempoderarla, pues escucha hablar sobre ella: “esta niña piensa, esta niña es doctora y esta niña sí hace ciencia, ¡contribuyendo a la discusión global de temas cruciales!”, enfatizó Medina. Ni siquiera parece que quienes así la llaman la consideren con la madurez de un adulto; por otro lado, muchas niñas han demostrado ser seres humanos valientes y autónomos, quienes frecuentemente toman decisiones más informadas que las personas adultas, relata Marichuy,

          Si queremos que el desarrollo científico tenga mayores impactos en la sociedad, resulta imprescindible considerar, con seriedad y bases reales, el trabajo que realizan las mujeres. El combate a situaciones en contra de su integridad física y psicológica requiere implementar una intervención pública integral, además de promover la creación de más y mejores protocolos para la atención de situaciones de violencia de género, así como la igualdad de trato en instituciones públicas y privadas.
          Evitar la exclusión o minusvaloración de la aportación social de las mujeres puede comenzar desde la promoción de las vocaciones científicas en las niñas y las jóvenes, mediante un trabajo conjunto de docentes y profesionales de la ciencia. Es importante entender que este problema no es exclusivo de las mujeres, pues se desprende de relaciones viciadas con cargas de poder, en cuya solución todos debemos participar.

Michelle Morelos

Es periodista de ciencia e investigadora social del agua. Ha colaborado en el programa Simbiosis, de TV UNAM, en la revista ¿Cómo ves?, el periódico El Economista y en el programa radiofónico Hábitat ciencia, entre otros.
          Es miembro fundador de la Red Mexicana de Periodistas de ciencia. Ha sido ganadora de varias becas y premios, como el segundo lugar en la Segunda Muestra Internacional de Audiovisual Científico en México. Coordinó el libro “Por la soberanía del agua, conversatorios” y, actualmente, es jefa de departamento en la Coordinación de Proyectos, Comunicación e Información Estratégica - Conacyt.

 

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