Adiós a Stephen Hawking


Adiós a Stephen Hawking
      Autores

La muerte del físico británico Stephen Hawking también representa la desaparición de uno de los más influyentes divulgadores científicos, quien, además, compartía fecha de nacimiento (8 de enero) con uno de los pioneros de la divulgación de la ciencia: Galileo Galilei, para quien la naturaleza es un libro escrito en lenguaje matemático, el cual es necesario descifrar; mientras Hawking tenía una idea muy distinta de los libros y la ciencia, pues afirmaba que cada ecuación matemática incluida en un libro provocaría que sus probabilidades de venta se vieran reducidas a la mitad. Por eso se le llama Ley de Hawking a esa especie de temor que los editores carentes de imaginación tienen hacia las matemáticas.

En pleno inicio del siglo XVII, Galileo eligió el latín vulgar para dar a conocer los resultados de sus observaciones del cielo, en vez de recurrir al latín culto empleado en las academias. Así que la publicación de Sidereus nuncius (1610) le dio gran notoriedad entre los académicos, pero, sobre todo, lo situó como personaje público gracias al estilo cuidado, ameno y claro del que se valía para explicar sus descubrimientos y, de paso, sentó un precedente para sus colegas —contemporáneos y futuros— quienes también buscaron comunicarse con el vulgo.
      Por ejemplo, más de doscientos años después, Stephen Hawking decidió que era momento propicio para que la mayoría de la gente —fuera de los círculos universitarios— se enterara de los últimos descubrimientos científicos; sobre todo, de aquellos relacionados con su trabajo, es decir, el origen y desarrollo del universo. Pensó, pues, en la necesidad de escribir un libro de divulgación científica “que se venda en los kioscos de los aeropuertos”, cuyo primer borrador terminó en 1984. Pero no consiguió que su Breve historia del tiempo se publicara, sino hasta 1988. Y luego vino lo inesperado: se vendieron más de diez millones de ejemplares, por más de seis meses apareció en los selectos listados de los libros más vendidos en lengua inglesa y, de paso, sentó un precedente para sus colegas —contemporáneos y futuros—, quienes también buscaron convertirse en éxitos de ventas.

Cuando tenía cerca de 20 años de edad, Stephen Hawking escuchó un diagnóstico médico que no esperaba. Antes había tenido algunas dolencias musculares que le daban cierta preocupación, aunque con nadie había hablado de ello, hasta que esporádicamente empezó a perder cierto control sobre algunos movimientos. Los resultados de las extensas pruebas realizadas eran contundentes: tenía esclerosis lateral amiotrófica, aquel padecimiento del que algunas personas habían escuchado hablar cuando por su causa murió Lou Gehgir, el mítico jugador de beisbol de los Yankees de Nueva York.
         Hawking escuchó, así, que los nervios de su columna vertebral se afectarían de manera gradual; y lo mismo le sucedería con las partes del cerebro responsables de controlar las funciones motoras; algunas células de su organismo irían muriendo poco a poco, causando una parálisis total, lo cual conduciría a la muerte por asfixia o neumonía; quizás en un año y medio… no más de dos. Hay quien asegura que la primera reacción de Stephen Hawking tuvo que ver con un alcoholismo inmoderado. Hay quien afirma que el británico dejó de estar aburrido de la vida, se interesó profesionalmente por la irreversibilidad del tiempo, por la naturaleza del tiempo. Se sintió, en fin, “afortunado de haber podido elegir la física teórica, porque toda ella está en la mente”.

Stephen Hawking había nacido en 1942, en la ciudad de Oxford, Inglaterra, dentro de una familia cordial y relajada en su disciplina, compuesta por el patriarca Frank, médico; Isobel, empleada en un instituto de medicina; las hermanas menores de Stephen, Mary y Philippa, y Edward, quien había sido adoptado. Una familia reconocida por estrafalaria, cuyo automóvil familiar era uno de esos antiguos taxis londinenses que parecen una carroza fúnebre. Según sus biógrafos, Hawking creció más o menos como debería haber ocurrido de acuerdo con un guion hecho a la medida: torpe e inseguro, mostraba cierto grado de tartamudez; reacio a entablar amistades, se reunía con un pequeño grupo de personajes igualmente alejados de lo corriente, quienes preferían escuchar música clásica en lugar del rock inglés tan de moda. Leían a Aldous Huxley o Lewis Carroll y, desde luego, querían ser como Bertrand Russell.
          Hawking cursó sus estudios básicos en St. Albans School, un colegio con bastante prestigio académico (aunque no llegaba al nivel del célebre Westminster, el mejor de los colegios privados británicos). Cuando llegó el momento de decidirse por una carrera universitaria se decantó por matemáticas y física. Pero su padre se opuso tajantemente. ¿Por qué no cursar estudios de medicina o biología? Al final, Hawking consiguió una beca para entrar en la Universidad de Oxford. Allá se aburrió por tres años, pero consiguió interesarse, al fin, por el mundo: ingresó al equipo de remos, hizo algunos amigos…, se divirtió y discutió en público… Y consiguió su meta: la clasificación para entrar en la Universidad de Cambridge, donde continuaría sus estudios de doctorado en cosmología. Y no sólo eso, su asesor habría de ser Fred Hoyle —tal vez el más importante cosmólogo vivo de entonces—. Sin embargo, las cosas no terminaron así: Hoyle nunca supo de la presencia de Hawking, quien descubrió que su formación matemática estaba muy lejos de los requisitos básicos para un cosmólogo; y más aún: al final de su primer año de estudios se enteró de la existencia de la esclerosis lateral amiotrófica, en el mundo y dentro de su cuerpo.

Una vez que se supo irremediablemente enfermo, Stephen Hawking se volcó obsesivamente sobre su trabajo: con aplomo se lanzó a escudriñar los agujeros negros —esas regiones “del espacio-tiempo producidas por el colapso gravitatorio de una estrella”, dotadas de tal intensidad de atracción que ni siquiera la luz puede escapar de ellas—; por su ensayo Singularidades y la geometría del espacio-tiempo se hizo acreedor al Premio Adams de ciencia; gracias a su trabajo conjunto con Roger Penrose fortaleció su posición como uno de los especialistas en el estudio del espacio y el tiempo. A los 32 años publicó un trabajo que defendía la capacidad de los agujeros negros para radiar energía; tras cierta polémica fue aceptada La radiación de Hawking; ingresó en la Royal Society; un año después, le entregaron la Medalla Eddington y la Medalla Pío XII, y luego los premios de ciencia Hopskind, Dannie Heinemann, Maxwell y Hughes. Obtuvo el Premio Príncipe de Asturias, en fin, y fue nombrado Doctor honoris causa por las universidades de Leicester, Nôtre Dame, Nueva York y Princeton.
          Polémico y terco, autor prolífico, muchos críticos han señalado que nadie entendió su Breve historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros, aunque vendió millones de ejemplares. Han criticado también cierta supuesta alevosía de la editorial Bantam al incluir una imagen de Stephen Hawking y así explotar la imagen del científico que aún convaleciente en su silla de ruedas logró escribir un libro así de complejo. Hawking continuó invencible, cada vez más popular como escritor de ambiciosos libros de ciencia. Con una diferencia de muchas décadas logró vencer el pronóstico que le auguraba solamente dos años más de vida, como pensando en aquellos versos de Hans Magnus Enzensberger:

“Si el más allá es un agujero de gusano,
¿para cuántos universos paralelos
tengo que estar dispuesto?”

  • Hawking, Stephen. El universo en una cáscara de nuez. Madrid: Cátedra, 2014.
  • _____. Breve historia de mi vida. Madrid: Crítica, 2015.
  • _____. Brevísima historia del tiempo. Madrid: Cátedra, 2015.

 

Av. Insurgentes Sur 1582, Col. Crédito Constructor • Alcaldía. Benito Juárez C.P.: 03940, México, CDMX Tel: (55) 5322-7700
Comentarios, sugerencias y dudas sobre este sitio de internet y sus sistemas:
Centro de Contacto y Soporte Técnico  

DERECHOS RESERVADOS © 2019
Políticas de Privacidad