Un viajero que amaba hacer listas


Un viajero que amaba hacer listas
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Alexander von Humboldt nació y murió en Berlín, pero buena parte de su vida estuvo lejos de Alemania. Ese afán viajero lo ayudó a construirse cierta fama mundial que sirvió de ejemplo a otro viajero irrepetible: Charles Darwin, quien confesaba, respecto a von Humboldt: "toda la trayectoria de mi vida se debe a haber leído y releído de joven su Narrativa personal […] No hay otra obra o docenas de ellas que me hayan influenciado tanto…”.

Geógrafo y explorador, Humboldt se especializó en tantas áreas de estudio como su curiosidad omnívora le permitió: etnografía, zoología, climatología, oceanografía, astronomía, mineralogía, botánica, vulcanología. Pero hasta los 27 años de edad Alexander von Humboldt había sido un ingeniero de minas resignado a ejercer la función pública, cuando un día se armó de especial valentía para entregar a su jefe una carta de renuncia: “Estoy pensando, señor ministro, en cambiar totalmente mi modo de vida y retirarme de la Administración. Todo lo que deseo es prepararme para una larga expedición científica. Renuncio al ascenso y a mi puesto".

Ese acto, que parecía tan imprevisto como impulsivo, en realidad era una decisión reflexionada. Algunos años antes, Humboldt se había lanzado a un viaje de estudios a través de Inglaterra, Holanda, Bélgica y Francia, siempre acompañado de un diario de campo que plagaba de listas con todo lo que observaba y descubría en sus expediciones; centenas de páginas donde registraba las ideas que le iban surgiendo: “¿de qué sirven los grandes descubrimientos si no existen medios para hacerlos accesibles a todos?”. Y esos “grandes descubrimientos” tenían un escenario idílico, casi un sueño para el joven naturalista alemán: el continente americano, que imaginaba virgen y esplendoroso, era abundante en información científica para quien supiera buscarla. Así que en su cuaderno de notas improvisó otra lista más con los objetivos principales de aquella “larga expedición científica” por la que había abandonado su trabajo: “1. Coleccionar plantas y animales; 2. estudiar y analizar el calor, la electricidad, el contenido magnético y eléctrico de la atmósfera; 3. determinar longitudes y latitudes geográficas; 4. medir las montañas; 5. intentar hallar las claves de la naturaleza animal y vegetal”.
      Libre de compromisos laborales, Humboldt llegó, en 1799, a la ciudad de Madrid para solicitar al rey Carlos IV un permiso para explorar las colonias españolas en aquel nuevo mundo que estaba transformándose radicalmente, sobre todo en lo social y político.
      Era conocido que el rey español desconfiaba de quienes intentaban viajar más allá del océano para explorar los nuevos territorios, debido a las inconmensurables cantidades de oro y plata obtenidas de aquel lado del mundo. Pero Humboldt no buscaba fortuna: de hecho, era un joven explorador con una fama bien ganada, políglota y con fortuna propia por herencia familiar, lo cual le permitía sufragar todos los gastos del viaje.
      Carlos IV intuyó que Humboldt le sería de utilidad para descubrir con precisión cuántas y cuáles riquezas sería posible traer a España. Sin mayor dificultad, Humboldt y su compañero de expedición, el médico y botánico francés Aimé Bonpland, obtuvieron un pasaporte español que les garantizaba todas las facilidades en los dominios ultramarinos.

Las listas y los diarios de Humboldt en aquellos años de viaje acompañado por Bonpland son exuberantes, entusiastas; describen días y noches de encuentros y desencuentros; observando, dibujando, registrando. Relativamente pronto, Aimé Bonpland se separó de Humboldt, algo eclipsado por el éxito fulminante de su colega y determinado a alejarse lo más posible de la esfera académica, “ese mundo donde hay que aullar con los lobos y morder con los perros”, según el francés, quien habría de vivir sus propias aventuras en suelo americano en plena efervescencia independentista; invitado por Simón Bolívar, se instalaría en la ciudad de Buenos Aires con su familia y cambiaría su afrancesado Aimé por el castellanizado “Amado”; ahí fundaría institutos de investigación y jardines botánicos, amasaría fortunas y las perdería casi con la misma rapidez; caería preso en Paraguay, víctima del dictador José Gaspard Francia, de donde saldría después victorioso  —casi heroico— para formar una nueva familia y morir en Brasil a los 86 años.
      Por su parte, y ya solitario, Alexander von Humboldt pondría en juego su asombrosa capacidad de inferencia y comprensión a partir de la simple observación y adelantaría algunas teorías que doscientos años después aún siguen su proceso. A juicio del científico Exequiel Ezcurra, en los trabajos del naturalista alemán se reconocen planteamientos hechos por primera vez sobre aquello que hoy se reconoce como “ecología global”, descripciones innovadoras sobre los mecanismos de funcionamiento de nuestro planeta. Humboldt no pararía de viajar y registrar, de nombrar y enlistar: su Atlas geográfico del reino de la Nueva España, publicado en 1811, habría de incluir las mejores cartas geográficas de la época, que se convirtieron en las únicas aceptadas por los geógrafos. Y en ese mismo año también publicaría su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España.
      A su regreso a Europa Humboldt destinó más de tres décadas de su vida a organizar su obra y publicarla en más de 30 volúmenes, con lo cual ejerció una influencia absoluta en el mundo científico y en la sociedad americana en general. En 1811 escribió: “El vasto reino de Nueva España, bien cultivado, produciría por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo: el azúcar, la cochinilla, el cacao, el algodón, el café, el trigo, el cáñamo, el lino, la seda, los aceites y el vino. Proveería de todos los metales, sin excluir aun el mercurio; sus excelentes maderas de construcción y la abundancia de hierro y cobre favorecerían los progresos de la navegación mexicana; bien que el estado de las costas y la falta de puertos...” y, en 1822, 30 años antes de su muerte, escribió emocionado a su hermano: “Quiero salir de Europa y vivir bajo los trópicos, en la América Española […] Tengo un gran proyecto de un gran establecimiento de ciencias en México, para toda la América libre...”.
      Pero la realidad se impone. Las guerras subsecuentes en prácticamente todas las naciones de ese nuevo continente dificultaron el regreso de Humboldt por los parajes que pobló como en una fantasía; vendrían caciques, dictadores, guerras civiles aparentemente infinitas; emperadores improvisados que cancelarán esa utopía razonada con la que Alexander von Humboldt pretendía fincar una América libre, con la ciencia como gran motor de impulso.

  • Humboldt, Alejandro de. Viaje por América. México: Ediciones Gandhi, 2008.
  • Labastida, Jaime. Humboldt, ciudadano universal. México: Siglo XXI Editores, 2016.
  • Wulf, Andrea. La invención de la naturaleza. México: Taurus, 2016.   
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