Ciencia en México


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El Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es un trastorno neurobiológico que se origina en la infancia; implica una alteración en la función cerebral encargada de planificar, organizar y llevar a cabo tareas complejas por largos periodos de tiempo.
         Son varios factores los que causan este padecimiento; sin embargo, se sabe que hay una serie de factores genéticos y ambientales que lo propician. “Los síntomas son falta de atención, hiperactividad e impulsividad, no todos los niños con TDAH manifiestan los mismos síntomas ni con la misma intensidad”, explica Pamela Espinosa Méndez, psiquiatra infantil de la adolescencia de los Servicios de Atención Psiquiátrica de la Secretaría de Salud.

El cerebro divide sus funciones por áreas, cada una se encarga de realizar tareas específicas y de transmitir la información a otras áreas. Una persona con TDAH presenta problemas de comunicación entre las distintas zonas cerebrales, sobre todo entre la corteza prefrontal (encargada de planificar actividades, realizarlas, darse cuenta de los errores y corregirlos; además de evitar distracciones y ser flexible ante distintas circunstancias) y los ganglios basales (aquellos encargados de controlar los impulsos).
         Estas dos áreas se comunican a través de la dopamina (un neurotransmisor que utilizan las neuronas para comunicarse entre ellas) y la noradrenalina (neurotransmisor del sistema nervioso, encargado de la vigilia, la motivación o el estrés). Cuando se presenta este padecimiento, los neurotransmisores no se liberan de manera adecuada afectando, entre otras funciones, a la atención, el estado de alerta, la memoria de trabajo y el control ejecutivo.

Los niños pueden ser inatentos, hiperactivos o impulsivos y no padecer TDAH; sin embargo, para el diagnóstico se analiza la intensidad y la frecuencia de estos síntomas. “Deben alterar la funcionalidad del individuo; es decir, su rendimiento en dos o más ámbitos de su vida, ya sea escolar, laboral o social, y principalmente, no debe ser causado por ningún otro problema médico, alguna droga o problema psiquiátrico”, explica.


         Según Espinosa Méndez es fácil confundir este padecimiento al ver a un niño que es travieso, latoso o que tiene mucha energía, por eso, los últimos estudios marcan que existe un sobrediagnóstico. “En la escuela, por ejemplo, si ven a un niño latoso o que habla mucho dicen tiene TDAH, pero su actitud puede deberse a que tal vez el niño tenga falta de límites, problemas de ansiedad u otros, por ello se debe hacer una valoración clínica. Se evalúan tres aspectos: 1. La presentación predominante de la falta de atención, que se puede identificar cuando al niño se le olvidan las tareas, la lonchera, el suéter, o pasa una mosca y se distrae. 2. Dentro del aspecto de la hiperactividad y la impulsividad encontramos al típico niño que no espera su turno, interrumpe en clase, tiende a decir cosas fuera de lugar, lastima a los demás. 3. Otro aspecto se conforma por la combinación de la inatención con hiperactividad e impulsividad. Todos estos síntomas deben presentarse con alta intensidad y frecuencia”, menciona.
         A los seis años se puede empezar a hacer el diagnóstico; sin embargo, “no existe algún estudio específico que indique si un niño tiene TDAH, por eso lo primero que hacemos es identificar las señales de alarma; por ejemplo, que el niño presente dificultades para permanecer sentado, su conducta es poco respetuosa, molesta a sus compañeros, pasa de un juego a otro constantemente, es desorganizado, se salta las hojas de los cuadernos, tiene bajo rendimiento académico, entre otros”, menciona.

Tratamiento   

“El tratamiento es multimodal: psicológico, farmacológico y psicopedagógico; este último casi no se aplica, pero es de gran ayuda ya que a estos niños les cuesta mucho trabajo hacer la tarea y los papás se estresan fácilmente al intentar motivarlos. Les damos estrategias para hacer la tarea, para poner atención en clase, incluso para escoger los deportes que el chico puede practicar; por ejemplo, el judo o la natación son una buena opción ya que practicarlos implica una disciplina”.
         En el caso de los medicamentos, Espinosa Méndez menciona: “Para el TDAH hay dos categorías principales de medicamentos, los estimulantes y los no estimulantes que ayudan a regular la función cerebral. Está comprobado que 30% de los pacientes deja de tomarlos en la adolescencia, ya que existe una mejora en la producción de los neurotransmisores. En este punto debemos hacer hincapié en que se debe hacer un arduo trabajo para quitar los estigmas, ninguno provoca adicción ni van a dejar incapacitado, pasmado o cambiará la personalidad del paciente, al contrario, se va a sentir mejor al no presentar esta disfuncionalidad. Existe un mayor riesgo al no darle los medicamentos”.

“Si no tratamos el TDAH también se puede combinar con otros trastornos o derivar en otros; por ejemplo, al no ponerle límites a los niños, o no hacer caso a los síntomas puede evolucionar a un trastorno negativista (conducta oposicionista, desafiante, desobediente y hostil) que se da mucho en la adolescencia. Al mismo tiempo, éste puede evolucionar a lo que se conoce como trastorno disocial (se caracteriza porque se presentan conductas distorsionadas, destructivas y de carácter negativo, además de transgresoras de las normas sociales, en el comportamiento del individuo), por eso es que en la cárcel se dice que hay muchas personas que tienen TDAH mal diagnosticado en la niñez; también se pueden presentar trastornos del sueño. De ahí la importancia de acudir a un especialista.

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