Los resultados muestran que, aún cuando en México ha disminuido la brecha de género en salud, educación, ciencia y tecnología, las mujeres siguen estando marginadas en términos de su participación en la fuerza de trabajo, en cuanto a la representación que tienen en puestos de decisión y liderazgo, lo mismo que lo relativo a sus salarios. También resultan alarmantes los altos índices de violencia doméstica y los feminicidios. En materia de salud, los pendientes más importantes se ubican en el área de la salud materna, especialmente, en la reducción de la mortalidad materna.
Estos avances también son advertidos en la escala global. En efecto, en 2012, México ocupaba la posición 84 entre 135 países inscritos en el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial;
3 no obstante, en el informe correspondiente a 2015, se ubicó en el lugar 58, entre un total de 124 países.
Los mexicanos no compartimos de manera igualitaria los avances realizados en las últimas dos décadas. Las brechas de género se amplían al introducir variables como la geográfica: así, el sur del país se mantiene por debajo del resto de la nación en indicadores de calidad de vida; más aún, las condiciones de vida en el campo están muy por debajo de aquellas ubicadas en las áreas urbanas, a pesar de que son las mujeres del campo quienes juegan un rol de vital importancia en la agricultura, así como en la gestión de los recursos naturales y ambientales. El acceso de estas mujeres a los recursos, a la tierra o a los insumos requeridos para trabajar el campo no es igual que el de los varones.
México, junto con Japón, Turquía y la República de Corea, han sido seleccionados como países piloto para demostrar avances, a nivel nacional, en la disminución de brechas económicas de género como parte de un programa diseñado por el Foro Económico Mundial, conocido como “Colaboración para cerrar las brechas de género: Grupos de trabajo para la paridad de género”. A pesar de que las estadísticas muestran mejorías en algunos indicadores, también revelan que los mexicanos no hemos compartido con igualdad los beneficios y mejoras alcanzados en las últimas dos décadas; el sur de México ha permanecido consistentemente atrás del resto del país en los indicadores relacionados con la
calidad de vida. Peor aún, y sin ignorar la pobreza creciente que hoy en día se extiende sobre las zonas urbanas, las condiciones de vida en las áreas rurales de casi todo nuestro país han permanecido sin cambios significativos.
Si consideramos que actualmente las economías dependen cada vez más del conocimiento y de una fuerza de trabajo calificada, las disparidades de género no hacen sino disminuir las posibilidades de transitar hacia una sociedad con mejores condiciones de vida.
Por otro lado, es evidente que la educación es una condición necesaria, pero no suficiente. Si realmente queremos transitar hacia una Sociedad del Conocimiento, no basta con brindar igualdad de oportunidades educativas a hombres y mujeres, puesto que no son ellas las que alcanzan los niveles más altos en investigación y tampoco quienes se inclinan con mayor frecuencia por las ciencias exactas o las ingenierías.
Vale la pena mencionar, en una época en la que las tecnologías han penetrado numerosos espacios de nuestra vida, que, si bien es deseable, tampoco es suficiente incrementar el uso y acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), ni aumentar el acceso a la internet. Múltiples son las variables contextuales que explican las diferencias de género observables también en este ámbito.
Efectivamente, aún está por demostrarse si el acceso a empleos bien remunerados, como los desempeñados por algunos hombres, mejorará la equidad de género; o si un mayor y mejor uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ayudará a las mujeres a tener una participación más equitativa en empleos mejor valorados y mejor remunerados.